Santa LucíaVirgen de Siracusa que habría sido martirizada en 304, en tiempos de Diocleciano. Según la leyenda, con su madre Eutiquia emprendió una peregrinación a Catania, a la tumba de santa Águeda. Después de la curación de su madre, Lucía distribuyó toda su fortuna entre los pobres. Denunciada como cristiana por su novio pagano, el cónsul Pascasio, fue condenada a permanecer en un prostíbulo, pero un potente tiro de cuatro bueyes no consiguió hacerla avanzar ni un paso hacia allí. El cónsul pidió auxilio a los magos. Lucía fue asperjada con orina hirviente; que se consideraba apta para destruir los maleficios. Los verdugos le echaron plomo fundido en las orejas, le arrancaron los dientes y los pechos. Se levantó una hoguera a su alrededor; pero las llamas la respetaron, y para acabar con ella debieron cortarle el cuello. Según otra versión, ella misma se habría arrancado los ojos y los habría enviado a su novio sobre una bandeja; pero la Virgen le habría hecho nacer otros ojos aún más bellos. Esta leyenda se apoya en la etimología popular de su nombre, Lucía, cuya raíz está vinculada con la palabra luz. Los dos ojos que le servían de atributo no eran los suyos, sino, por decirlo así, eran armas parlantes. Se trata de un despropósito iconográfico que ha engendrado la leyenda de los ojos arrancados.

ICONOGRAFÍA

Sus atributos más frecuentes son los dos ojos que suele presentar sobre una bandeja. No obstante, a veces lleva sus ojos en la palma de la mano, en el extremo de un tallo o en la punta de un puñal. Sean cuales fueran estas variantes, todas ellas significan que se la invoca para las enfermedades oculares. Este atributo puede hacer que se la confunda con la alsaciana santa Odila, si esta última no presentase su par de ojos sobre la placa de encuadernación de un libro.

Además se la reconoce por la espada o un puñal que le atraviesa la garganta, instrumentos de su martirio. De la herida de su cuello irradian rayos de luz. Las llamas de sus pies, la lámpara encendida o el cirio que lleva en la mano deben interpretarse como armas parlantes, al igual que el fondo estrellado sobre el cual se destaca.

Fuente: Iconografía del arte cristiano, de Louis Réau.